miércoles, 19 de febrero de 2014

NIEVE, HIELO Y BARRO


Lucía era coleccionista de bolas de cristal, de esas que llevan nieve por dentro. Tendría unas treinta ó treinta y cinco bolas, puede que alguna más. Representaban escenas de montaña, ciudades como Nueva York, monumentos como la Torre Eiffel ó el Coliseo de Roma. Una de las cosas que más le divertía era agitar un par de ellas a la vez y adivinar en cuál duraría más la ventisca. Después de la tempestad siempre llega la calma, era el mensaje que Raúl sacaba de aquel juguetito de Lucía. Pero a ella le gustaba más el concepto de Carpe Diem. Disfruta de la ventisca porque al igual que la vida, es única e irrepetible y además dura muy poco, solía decir.

Lucía y Raúl llevaban más de tres años juntos, pero desde el pasado verano, las cosas comenzaron a torcerse. Ella empezó a dudar de todo, y llegó a convertir las bolas de cristal y sus ventiscas en una especie de oráculo, al que acudía en busca de respuestas. Las agitaba por la mañana, por la tarde o incluso de madrugada, en busca de la inspiración que siempre le habían proporcionado, pero sin embargo, los desencuentros iban en aumento. Hace un par de noches, en un ataque de pura desesperación, decidió guardar definitivamente todas las bolas, tan rabiosa como un niño pequeño al que le quitas la tele para merendar.

Pero la respuesta que tanto buscaba llegó de repente ayer, después del último encontronazo que tuvieron la otra noche. Raúl le envió a su casa una carta, un billete de avión y de regalo, otra nueva bola de cristal para la colección. Esta vez la escena era de una pareja besándose. En la base de la bola, sobresalía un pos-it con algo escrito a mano que decía “Después de la tempestad, siempre llega la calma. Te quiero, nena. Aquí, en la luna,… ó en Barcelona”. Lucía agitó la bola con cara de sorpresa, pero se le torció el gesto al comprobar que llevaba más nieve de lo habitual.

En la carta, de casi dos páginas, Raúl empezaba hablando de esas dos formas de ver las bolas de cristal. Del Carpe Diem y de la calma tras la tormenta. De que había que fusionarlo todo y que para conseguirlo, decía, necesitaban también un lugar nuevo donde poder empezar de cero. Barcelona parecía ideal, y además no la conocían. Parece ser que él tenía un dinero ahorrado e incluso le proponía que se casaran allí, si de verdad a Lucía le apetecía hacerlo. Pero lo importante, insistía, era dejar atrás todo lo nocivo de aquellos últimos meses, el estrés del trabajo, la rutina del día a día en Madrid, las ganas de no hacer nada, y volver a lo que tuvieron al principio, ó hace tan solo unos meses... Lucía movía los ojos de un lado a otro, pero sin hacer un sólo gesto.

¿No querías una demostración? Pues aquí la tienes, continuaba diciendo Raúl. Dejaría su puesto de funcionario, a su familia, a sus amigos de siempre, el barrio donde había pasado toda su vida y todo porque, según argumentaba, lo que importante de verdad era lo que tenían que recuperar y lo que sentían el uno por el otro.

Será, terminaba explicando Raúl, como cuando metes toda la ropa sucia y maloliente en la lavadora, que luego sales a tenderla a la terraza, con el sol en lo más alto, y sientes un olor frío a flores nuevas y de color amarillo. Se despedía con una postdata llena de piropos y besuqueos, y la citaba en el aeropuerto en cuestión de unas tres horas.


Tras detenerse varias veces en algunas partes de la carta, Lucía agitó de nuevo la bola y empezó a fumar como con prisas. También tenía la sensación de que las palabras de aquella carta le acechaban y le perseguirían igual que una nube de mosquitos tropicales.

Luego creyó estar dentro de un reactor de doble hélice, que le martilleaba el oído y no la dejaba pensar con claridad. Encendió otro cigarro. Las palabras de Raúl iban y venían por encima de su cabeza, como en una guerra de arqueros. Barcelona, boda, dejarlo todo, lavar la ropa, olor a flores, carpe diem, te amo, aquí y en la luna…Ella seguía fumando y fumando sin parar, y la voz de Raúl, sobrevolándole. Barcelona, te amo, llega la calma, te amo, Barcelona, dejarlo todo, te amo, demostrarte mi amor, no dudes más, carpe diem, vámonos juntos,…Cuando consiguió centrarse, quiso sacar un cigarro más, pero ya no le quedaban. Se había fumado casi un paquete entero en poco menos de una hora. Se supone que le quedaban otras dos, tiempo más que suficiente para hacer un par de maletas y salir hacia el aeropuerto.

Pero Lucía nunca fue al aeropuerto. Antes de apagar el móvil, y eliminar aquella foto de dos mil ocho junto a Raúl, puso en su mensaje de estado una frase del poeta Luis Garcia Montero, que había leído alguna vez en internet.

“Lo que ayer fue nieve, hoy es hielo, y mañana se convertirá en barro”.

Tras un escueto mensaje de disculpa y de despedida, apagó el móvil, y colocó la nueva bola junto a las demás. La agitó por última vez y después de muchos meses, volvió a sentirse en paz.